lunes, enero 15, 2007

Abramos puertas (I)

Es una cosa evidente que el Barça se ha atascado. Se ha quedado parado en un salón, solitario, aunque últimamente ha visto gente en la sala contigua. Kanouté, Navas, Juande y todo el Sevilla pasan la noche un poco más arriba, descansando en el piso de arriba. Sin embargo, el sábado por la noche llegaron unos nuevos inquilinos, dicen que vienen del levante español y que pidieron la reserva a principio de temporada pero que, entre unas cosas y otras, han llegado ahora. Cerca de la entrada, sin saber si entrar o no, ya que el hotel es caro, estan unos maños que piden consejo a todos los que pasan: "¿Deberíamos atrevernos a entrar? ¡El año pasado vimos por aquí a un tal Riquelme y a sus amigos y ahora están arruinados! Se quedaron demasiado tiempo, ¿no?". Nada, que no se deciden.

Igual de indeciso está Rijkaard, que duda entre intentar subir al piso de arriba o quedarse un rato en el piso de abajo, que cuesta menos esfuerzo. Un brasileño con coleta y sonrisa dorada se marcha al jacuzzi, no le gusta esperar. Los demás miembros, aún con la maleta a cuestas, comienzan a sacar la lengua y miran hacia las largas escaleras que les esperan si quieren subir arriba: "Joder, tampoco estamos tan mal aquí, ¿eh? ¡Ya les gustaría a mis vecinos estar aquí! ¿Por qué no descansamos un ratito más? Total, tampoco estamos tan mal, ya intentaremos subir arriba un día de estos...". Rijkaard, escucha ausente y no sabe qué puerta abrir. Al fondo tienen la puerta que da a las largas escaleras hasta la habitación de arriba, pero queda muy lejos, y encima cuando lleguen ahí tendrán que intentar que nadie más suba por las escaleras, ya que es habitación única. Sin embargo, piensa, ahora los que están arriba están dormitando y fácilmente se les podría echar, sólo hace falta hacer el esfuerzo de subir...

Alguien irrumpe en el salón. Es alguien ya mayor, con gafas, pelo canoso y figura recta. Hombre impasible. Entra y, al ver sonreír a algún culé, le hace "la peineta" doblemente. Después murmura algo en un idioma desconocido por la mayoría (solo un miembro del equipo de Rijkaard, pequeño, con el pelo corto y con barba parece entender y sobresaltarse al oír las palabras de ese personaje que irrumpe en la paz blaugrana). El brasileño de la coleta, se asoma, y con su toalla rodeándole el cuerpo, le hace un signo surfero. El hombre de la figura rígida le repite su movimiento anterior y llama a alguien. Entra otro hombre, más joven, sobre 30 años, pero parece mayor, mucho mayor. Parece que lleva a sus espaldas demasiados años en el hotel, subiendo y bajando escaleras, y parece que ni el hombre de la figura recta le tiene la confianza de antaño, sus espaldas ya no pueden tirar del carro de las maletas. Le comenta algo el hombre mayor y el joven mayor sale, cabizbajo.

A los diez minutos, entran en la sala de los de Rijkaard veinte hombres. Cuando el hombre mayor ve a un joven con bufanda, que no lleva maletas, sino cremas y que camina con aire de modelo, lo envía directamente fuera. Lo mismo pasa con otro que habla su idioma y que le dice sinvergüenza al irse. Uno se queda en medio de la puerta, un miembro que parecía haber pasado tiempos mejores, que se toca la rodilla cada cierto tiempo y que mira al brasileño del jacuzzi con cierta melancolía en su mirada, como diciendo "Antes yo estaba ahí". La sala se llena de gente, y al fondo de la puerta de atrás se comienzan a advertir otras figuras, dos salas más allá. Rijkaard, que sabe que el tiempo apremía, mira las cuatro puertas: la de las escaleras; la puerta por donde había entrado el hombre de la figura recta; la puerta del jacuzzi, descanso y tranquilidad donde el de la coleta reposa; y la salida de emergencia. Se queda cierto tiempo mirando la de emergencia, como si recordara algo acontecido hace unos años. Después mira la de atrás, y luego la de las escaleras. Rijkaard, después de meditarlo, decide quedarse y...

- Ya estoy aquí. ¡Pensaba que estaríais arriba! - dijo alguien. Acababa de entrar por la puerta de emergencia un joven chico de color, con las muletas en el hombro, pantalones cortos y camiseta a tirantes. Sudaba, parecía que acababa de hacer un gran esfuerzo tras correr meses para llegar. Pero ya había llegado, y a los cabizbajos miembros del equipo del holandés, les cambio la cara. Con sólo un saludo, había cambiado la dinámica. Comenzaron a cargar la maleta sobre sus espaldas y miraron las escaleras.

2 comentarios:

Indiana Shones dijo...

Ojalá se cumpla la profecía de esta fabulosa fábula. Ojalá el de las muletas les cambie el ánimo comenzando por los entrenamientos. Ojalá que el de las coletas no acabe mirándose las rodillas o los huevecillos cada cierto tiempo. Ojalá no esté equivocado cuando piense que el dueño del hotel nos desaloja porque ha contratado una atracción mejor...

Cristian Pulina dijo...

JAJAJAJAJA que bueno,que gran metafora si señor,real como la vida misma...